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miércoles, 18 de octubre de 2017

Bájame la lámpara, por Valeria Buono

Llegamos temprano al Espacio IFT. El hecho de que el teatro independiente no numere las entradas, siempre me genera nerviosismo. Porque los argentinos somos muy maleducados, no respetamos orden de llegada ni cola alguna. Cuando se abre la puerta de la sala, nos agolpamos, nos empujamos y los que llegaron últimos, por prepotencia y caradurez, terminan entrando primeros, ocupando las mejores ubicaciones.

Subimos al segundo piso por la escalera y ya al entrar en la sala de espera se escuchaba el sonido de un piano. Era Mirta Álvarez, que nos recibía tocando unas piezas con sus dedos finos, largos, de musa inspiradora. Pocos hicimos silencio. La mayoría seguía hablando, y algunos hablando fuerte, mientras Mirta, impertérrita, seguía tratando de calmar nuestras fieras interiores con su música etérea. Pero no, no todos lograban desprenderse de a poco de la locura de la gran ciudad para adentrarse en el mundo poético y sanador que comenzaba a ofrecernos esta obra.

Nos acercamos a Mirta sin hacer ruido, para escucharla mejor, y le tomé esta foto, mientras la gente se iba agolpando, esperando entrar. Por fin dieron sala. Mirta siguió tocando hasta que entramos todos, empujándonos unos a otros, en ese desorden típico sudamericano. Ya en el asiento, pude empezar a relajarme, disipados los nervios por conseguir una buena ubicación.

Las actrices estaban allí, vocalizando, saludando a algunos conocidos que iban entrando, acomodando sus hojas en los atriles, comprobando el decorado, las luces, nuestras caras de ansiedad…

Se apagaron las luces de la platea y comenzó la magia: Cada una se fue presentando con su nombre verdadero para luego recrear a la asistenta, la nodriza y la sirvienta de las poetas, recitando contundentes poemas de Alfonsina Storni, Idea Vilariño y Alejandra Pizarnik; y sus voces no sólo recitaron, contaron, interpretaron, gritaron, lloraron y rieron a todos los personajes, sino que también cantaron a capela a veces (y qué valentía esa aridez de cantar sin micrófono, sin cámara, la voz cruda salida de las entrañas, haciendo frente a toda la platea, espectadores expectantes, que conteníamos el aliento para mejor escucharlas y sentirlas), o acompañadas por los finos dedos de Mirta y su guitarra profunda, sublime, celestial. ¡Qué momentos de poesía más elevada! Momentos de dejarse llevar y sufrir con sus dolores de mujeres, de poetas, de creadoras, de madres, de amantes, pero también de reír con ese humor irónico de las intelectuales, de las que saben más que sus hombres, porque parieron (sus obras, sus hijos) y están en carne viva.

¿Qué nos aporta poder disfrutar de un espectáculo así? La profundidad de mirar el mundo con sus ojos. Comprender más a la naturaleza humana. Llegar hasta un grado de sensibilidad que la vida cotidiana, con su monótona rutina agobiante no nos permite. Porque andamos por la vida con la vista nublada, las emociones anestesiadas; si no, muchas veces, es casi imposible vivir en esta vorágine de la gran ciudad que nos animaliza y nos engulle a diario. Hasta que una obra así nos eleva, nos cura el alma herida, el corazón roto, nos limpia de tanta competencia, de tanta frialdad, de las envidias y los rencores, del materialismo.

La sirvienta de Idea odia a su patrona porque es una déspota, y la envidia por su elegancia. Hasta que lee uno de sus libros y le gusta. No sabía que escribía así, tan bien. Idea, la que renegaba de la rutina del  ama de casa, la que no sabía cocinar, la que no pudo convivir con su hombre amado:

“No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.”

La asistenta de Alejandra llora su muerte temprana e incomprensible. Busca en sus textos algo que le diga por qué ese abismo, por qué la nada:

“Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.
(…)
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.”

La nodriza de Alfonsina se queja del abandono que la poeta hace de su hijo, cuando ella crió a cinco y encima se le ha muerto uno. Pero sabe del dolor de sus entrañas, sabe que la noche se cierne sobre ella, tan joven aún y ya tan gastada, tan decepcionada de la vida, de los hombres:

“¡Adiós para siempre mis dulzuras todas! 
¡Adiós mi alegría llena de bondad! 
¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas, 
las cosas celestes que no vuelven más!”

Versos descarnados en las voces descarnadas de estas actrices que se dejan la piel y el alma en esta obra desmesurada de sentimientos, reivindicación del género femenino. Bájame la lámpara hace bien. Cura.

Nuestra valoración: Excelente. Para salir renovado.













Link:
https://valeriabuono.blogspot.com.ar/2017/10/bajame-la-lampara-concierto-de-palabras.html

Valeria Buno para "Yo vengo a ofrecer mi corazón".

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